Monte Pindo, el monte Olimpo de los Celtas
El monte Pindo es una impresionante mole granítica que se alza desde el
mar hasta los 620m de altura de su redondeada cumbre, el pico Moa
(muela). Salvando las distancias y para los del centro de la piel de
toro, es como si se hubiese cogido el enorme stock granítico de la
Pedriza y se hubiera colocado, en a costa da Morte frente a la península de Finisterre, en la costa atlántica gallega.
Fisterra contemplada por una extraña peña caballera desde el monte Pindo
Estamos
ante una montaña mágica y mítica, tesoros escondidos, reinas
legendarias, monstruos y sierpes, rituales curativos, guerreros
petrificados, cuevas de hadas y otras leyendas junto con otras señales
más tangibles, como ruinas, inscripciones en la roca y petroglifos,
hacen que se le conozca como el Olimpo Celta de Galicia. Solamente
andando por sus laberínticos callejones y “penedos” se puede sentir esa
magia, esa conexión con lo remoto y lo arcano de estas tierras del fin
del mundo. La naturaleza, los paisajes y la originalidad plástica de las
rocas, un constante y espontáneo museo de caprichosas esculturas, no
hacen sino ahondar en esa magia.
Posteriormente
he leído sobre sus ruinas, sus antiguos habitantes y sus leyendas y
esto no ha hecho sino atizar aún más mi imaginación. En el siglo X se
construyó el castillo de San Xurxo, para proteger a los habitantes de
las poblaciones costeras de las repetidas incursiones de vikingos y todo
tipo de piratas que les hacían abandonar sus pueblos a la carrera para
enrocarse en las alturas. También hubo otro castelo sobre el aéreo pico
Penafiel que domina, como un púlpito, la desembocadura del río Xallas,
bajo sus peñas, tallada en la roca existe una antigua inscripción
excomulgando a la montaña, al parecer, con la intención de acabar con la
larga tradición de cultos paganos.
Rocas y muralla arruinada en lo que fue el castelo de San Xurxo
Pero no hace falta tanta fantasía, sí que existe la cova da Casa de
Xoana bajo uno de sus picos y a la “leyenda” del castillo de la reina
Lupa, le ha venido a apoyar el hallazgo de una sucesión de ruinas de
grandes muros en sus altas laderas que hacían de la práctica totalidad
del área culminante, un recinto amurallado. Al ver las imágenes en
alguna página web, he comprobado que aquí pudo llegar a existir una,
digamos que acrópolis pre-romana de grandes dimensiones.
Petroglifo en la vecindad del Pindo
El
monte Pindo nos enseña un completo y complejo muestrario de
geomorfología granítica. El granito es una roca endógena, formada en el
interior de la tierra; las fuerzas que erosionaron y movilizaron los
materiales que tenía encima, lo han puesto al descubierto como lo vemos
hoy en día. Esas fuerzas y procesos de denudación y transporte, por
supuesto, siguen vigentes en la actualidad.
El
granito a una escala mínima se meteoriza y se areniza, y a gran escala
se exfolia en grandes capas rocosas a modo de capas de cebolla, es el
llamado diaclasado de exfoliación que a su vez se fracciona por otra red
vertical de fracturas. Por ello es fácil ver retales de grandes bloques
(desmantelándose), descansando sobre grandes losas de roca continua de
la roca inferior (apenas comenzando a alterarse), y superpuestos encima
de esos retales, otros bloques menores, las piedras caballeras,
pertenecientes a la capa superior más externa (casi totalmente
desmantelada).
Caos de bloques acumulados en una vaguada, con robles entre ellos
Dada la gran cantidad e intensidad de lluvias que riegan estos montes
que además hacen de pantalla orográfica frente a los vientos atlánticos,
forzándoles a descargarse aún más de esas aguas, la evacuación de los
materiales sueltos es continua y la acción torrencial de los arroyos
instalados en estas inclinadas laderas, potente y capaz de trasladar
bloques de gran tamaño.
La arenización del granito, la movilización de bloques y la rápida
explotación del sistema de fracturas, contribuye a ir desalojando capa a
capa esta roca aparentemente indestructible, dejando a la vista grandes
lajas ligeramente convexas, los “dorsos de ballena”, agudas figuras
dómicas, los “yelmos” o casi los horizontales lanchares.
La densa red de fracturas verticales y la roma cumbre del Moa en su centro
Roca mostrando nervaciones y abajo su opuesto, las acanaladuras
Mucho de las formas que vemos ahora se gestó a grandes profundidades, las fisuras rellenadas por minerales más resistentes a la erosión que el granito que lo contiene dibujan
“nervaciones” o también su forma inversa en las “acanaladuras”. Otra
figura muy común aquí son los “tafonis” redondeadas concavidades en
extrañas orientaciones, laterales o boca abajo comúnmente, aún de no muy
claro origen, bien formados por alteración edáfica o bien por
deformaciones compresivo-distensivas a grandes profundidades.
Monstruo pensativo, las numerosas oquedades que se ven son mayormente tafonis
Si el granito es fácil de alterar bajo tierra, no lo es menos en la
superficie. Muchas grandes lajas muestran "pilancones". El agua se
acidifica en la atmósfera o con la vegetación y altera fácilmente
arenizándolo Así ocurre en puntos que acumulan el agua de lluvia y que
van profundizándose lentamente. Aquí las llaman pías y son reseñables
las que se crean en el seno de la roma cumbre del pico Moa. En ellas,
según la leyenda, tenían lugar ceremonias de purificación y fertilidad,
con baños de agua sucesivos en los pilancones de esta cima. En el seno
de las gargantas los golpes de los bloques transportados en las grandes
avenidas sobre la roca forman las “marmitas de gigante” que en el final
del río Xallas se muestran espectaculares.
Pilancones en la cima del Moa. Supuesto lugar de cultos de sanación y fertilidad
Estamos
en un clima claramente oceánico con muy poca oscilación térmica, ya
entre el día y la noche o entre invierno y verano, es decir una zona
ideal para el desarrollo de la vegetación. Pero estamos en Galicia,
donde el fuego parece ser una de las más duraderas instituciones de esta
comunidad, para desgracia de propios y ajenos. Periódicamente esta
montaña, como casi todas las gallegas, ha sido arrasada parcialmente por
la acción del fuego pero en 2013 ardió por sus cuatro costados,
destruyendo totalmente el bosque.
Ver enlace a El País
Después
de ese terrible incendio, vinieron las lluvias que removieron todo lo
erosionado en este fuego que ahora se encontraba sin la protección de la
vegetación y las muertas raíces de los árboles que sostenían los suelos
y todo se vino abajo. La ría de Corcubión pasó una mala época para la
pesca y el marisqueo, y los arroyos profundizaron su lecho, como también
ocurrió con muchos caminos que hicieron de improvisados arroyos,
quedando prácticamente inservibles.
Entre troncos quemados, abajo destaca la aguda cumbre del Penafiel
También
como sucede en todo el noreste ibérico, Portugal incluido, el descuido
forestal o la búsqueda de un rendimiento rápido y máximo del monte con
un mínimo de trabajo, ha entregado el bosque a la sobreexplotación y su
abandono o desidia de la población local, haciéndolo muy vulnerable a la
acción del fuego y a su invasión por especies alóctonas, a veces,
precisamente las elegidas para los cultivos forestales. Poco a poco, sin
el menor de los cuidados o miramientos, esta montaña, rica y variada en
especies poco comunes, está pasando a ser más común, monótona y con
menos tesoros naturales que no sean las de su imponente roquedo y las
maravillosas vistas.
Muy probablemente, los pinares de Pinus pinaster subsp. maritima aquí sean de origen autóctono
Esta montaña estaba poblada en sus partes más pedregosas, inclinadas y soleadas, por un magnífico pinar de Pinus pinaster,
en la que podría ser una de sus pocas poblaciones totalmente naturales y
autóctonas, con vetustos ejemplares en los rincones más inaccesibles.
Allí donde los suelos eran más profundos y estables, se enseñoreaba el
roble carballo, Quercus robur y en rincones rocosos, siempre a
salvo del fuego eran comunes los acebos, al igual que en las áreas bajas
más húmedas, los laureles. Pero también se plantaron lamentables
plantaciones de eucalipto y de Pinus radiata, hoy también arrasadas en su práctica totalidad.
Laderas totalmente arrasadas por el fuego
Una
curiosidad biogeográfica de esta montaña es la presencia en sus faldas
de solana, del carballo enano como lo llaman por aquí, el Quercus lusitánica,
una escasa quercínea que crece en algunas bajas cumbres del extremo
suroeste ibérico y del Riff marroquí, por lo que estamos en una
localidad claramente disyunta de su área de distribución. Lo encontré
compitiendo con eucaliptos en un maltratado sotobosque lleno de broza.
El raro Quercus lusitanica a más de 500km de su vecino más próximo
Me llama poderosamente la atención al caminar por sus alturas la
presencia constante de plantas que estoy acostumbrado a ver en el
Sistema Central por encima de los 1600m que aquí, por la generosidad
térmica y pluviométrica del verano de la costa gallega, pueden crecer a
sus anchas en estas cotas, para mí, inusualmente bajas; así me ocurre
con las abundantes gencianas de turbera Gentiana pneumonanthe.
Gentiana pneumonanthe, bastante común para estas altitudes
El matorral es variado, siendo dominante, dada la alteración de los
suelos, el tojo que hace muy difícil andar por el monte fuera de
caminos. Pero también hay todo tipo de brezos y escobas y llega a hacer
vegetación sub-arbustiva, un endemismo característico de estos montes
costeros gallegos, la Centaurea corcubionensis.
Dentro de las rarezas botánicas y especies amenazadas, se encuentran especies tales como el cardo Eryngium duriaei subsp. juresianum
un género de cardos que en la portuguesa Serra da Estrela tiene una
diversidad asombrosa de especies como ésta. Están presentes aquí los
raros y delicados helechos Dryopteris guanchica e Hymenophylum tunbringense y también hay otras especies poco comunes pero muy llamativas como la rara Arnica montana subsp. atlántica, Fritillaria pyrenaica, Hyacinthoides paivae, Ranunculus bupleiroides o Allium ericetorum.
Mata de Centaurea corcubionensis, abajo el llamativo ajo Allium ericetorum
En las cimas del Pindo abundan las turberas, con su vegetación característica
Dramático es el caso de Iris boissierii el bello lirio de Xurés como lo llaman en Galicia, por ser de esta sierra en la raya de Portugal, la
mejor de sus escasísimas localidades. Este lirio, en peligro crítico
de extinción, está casi extinguido en el monte Pindo, algo que habría
que remediar con una cuidada reintroducción. Tampoco pude encontrar la
rarìsima salamandra colilarga que una vez pude ver, allá en mi niñez.
Después
de ver cómo ha actuado la erosión post-incendio en los vallejos de la
parte alta del macizo donde vegeta, creo que el motivo de su
desaparición bien puede ser, si no la profundización y remoción de gran
parte del lecho de los valles, sí la deposición, de grandes
amontonamientos de pequeños y medianos cantos de un blanquísimo cuarzo,
sacados de los suelos de las laderas superiores por la arroyada tras los
incendios.
Fotografía de Roi Carballal en biodiversidade.eu
Vallejo con su centro denudado por la arroyada y con amontonamientos de cuarzo a los lados
No se puede hablar del monte Pindo sin mencionar sus dos
excepcionales extremos meridianos. Por el norte su caída sobre el río
Xallas es espectacular, más aún desde lo alto del Penafiel que domina un
profundo cañón fluvial que antes de su represamiento, tuvo que ser aún
más espectacular. Este recorrido fluvial termina en una gran “fervenza” o
cascada en la ensenada de la bahía de Ézaro, desembocando directamente
al mar en marea alta, constituyendo una destacable excepcionalidad
geográfica europea.
En el extremo sur se encuentra la gigante y variada playa de Carnota,
de 7km de recorrido, cortada por la desembocadura del Valdebois y con
otras marismas internas atrapadas entre su cerrado cordón dunar y la
peana de las laderas.
A Boca do Río, cortando la playa de Carnota, desde el aire
Carnota
está cada día más poblada, sus frías aguas no logran impedir la
afluencia masiva de visitantes en agosto (como el que suscribe), pero
incluso con ellos sigue siendo un lugar magnífico, con el horizonte del
monte Pindo reflejado en sus aguas o como si de una montaña del desierto
se tratase, de fondo tras sus grandes dunas y arenales.
A partir del fuego de septiembre de 2013, el clamor popular
pidiendo un mayor grado de protección para el monte Pindo bajo el
paraguas de Parque Natural, se ha hecho aún mayor que antes. Pero la
administración gallega alude que no hay dinero e incluso ha creado
alguna ley que hace más difícil aún su promulgación.
Este macizo no es muy grande, no tiene grandes intereses económicos
por medio, ni forestales (difícil tratamiento y extracción de árboles)
ni ganaderos (dada su pedregosidad y la escasez de buenas praderas) y
una ingente cantidad de visitantes y excursionistas. Para colmo hace
tiempo que, junto con la playa de Carnota, con sus arenales, estuarios y
bosques, es Lugar de Importancia Comunitaria de la red Natura 2000.
Luego no se entiende la cerrazón de las autoridades que parece que
simplemente, no quieren dar su brazo a torcer ante esos “ecologistas”
que lo andan pidiendo.
Se
hace necesario tomar medidas con esas raras especies en peligro y hacer
una buena labor de repoblación adecuada a los diferentes nichos
ecológicos y vegetacionales. También es una montaña en la que se hace
casi imprescindible recuperar su ancestral red de senderos, hoy casi
totalmente perdidos. Sea Parque Natural o no, es imprescindible cuidar
con esmero esta joya del patrimonio gallego y de la humanidad.
Islas Lobeiras y cabo de Finisterre desde el castelo de San Xurxo